Me llamo Alba, tengo 25 años llevo ingresando en UHB psiquiátricas desde los 16. En todos mis ingresos he presenciado contenciones mecánicas y también las he sufrido.

Cuando estuve en la UHB para adolescentes del Gregorio Marañón (Madrid) las amenazas con atarnos eran constantes cuando alguien se “portaba mal”. Las personas con trastornos de la alimentación eran a las que más amenazaban cuando no querían comer.

Había una sala acolchada donde te metían si empezabas a gritar, dar golpes… te dejaban allí hasta que te tranquilizabas o más bien hasta que te hacía efecto lo que te pinchasen.

Recuerdo que estábamos cenando y una chica antes de entrar al comedor empezó a arrancar enfadada unos folios que había en la pared. Una auxiliar salió del comedor y sin mediar palabra la redujo al suelo, le puso una rodilla en la espalda y llamó a sus compañeras para que le ayudasen.

Años más tarde, en el hospital Príncipe de Asturias (Madrid) en una crisis disociativa, me ataron en una cama de observación. No me estaba haciendo daño ni a mí ni a nadie, no estaba violenta, yo misma recuerdo tumbarme en la cama para que me atasen muñecas, tobillos y abdomen. No sé cuánto tiempo estuve así, pero sí recuerdo soltarme las muñecas varias veces y pedir que me desatasen. Al final me cambiaron las muñequeras por unas pediátricas, pero no me soltaron.

Ingresada en este mismo hospital en su UHB siempre había alguien que permanecía atado gran parte del día y toda la noche. Los gritos eran constantes hasta que la persona se cansaba o la sedaban. Por las noches los llevaban a la sala del comedor para que el resto pudiéramos dormir.

También en el hospital Rodríguez Lafora (Madrid) en una de sus unidades de trastornos de la personalidad fui atada en al menos dos ocasiones. La que más recuerdo es una en la que me enfadé mucho, y empecé a golpear las puertas de entrada a la unidad. Vinieron rápidamente para apartarme de la puerta, me agarraron y me puse más nerviosa, así que vinieron más enfermeras y auxiliares a sujetarme. Intenté que me dejaran, intentaba apartarlas incluso tratando de morderlas. Me arrastraron por el pasillo hasta una habitación contigua al control de enfermería. Llamaron también a seguridad. Ya en el suelo de la habitación las auxiliares y enfermeras me quitaron los pantalones mientras el de seguridad me sujetaba por el cuello muy fuerte, realmente me costaba respirar. Me subieron a la cama y me ataron muñecas y tobillos y me dejaron allí.

A pesar de todo, me gustaría recalcar que también he visto y recibido tratamiento psiquiátrico por personas y en lugares en los que se tiene suficiente paciencia y tiempo para abordar estas situaciones sin contención mecánica. Es cuestión de voluntad.