He sido atada en dos ingresos psiquiátricos. Las experiencias han sido las más aterradoras de mi vida. Las dos ocasiones han tenido lugar en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid. Ambas fueron en el momento del ingreso y duraron varias horas en las que no me podía mover en absoluto, atada de pies y manos, valorando si dislocarme alguna muñeca o tobillo para poder tener, al menos, una extremidad libre y poder cambiar mínimamente de postura. Estar atada durante horas sin poder cambiar de postura es horrible. Además, como te pinchan algún antipsicótico para dormirte, al estar atada de esa manera es imposible dormirse, por lo que el sufirmiento es todavía mayor. Me dejaron sola en una habitación alejada del personal sanitario, por lo que si llamaba para cualquier cosa, nadie me oía y nadie venía a ver qué me pasaba. En la primera ocasión, gritaba porque tenía calor y quería quitarme las botas y el jersey de lana que llevaba puesto. Gritaba porque tenía mucha sed y nadie me daba un vaso de agua. En la segunda ocasión, apenas grité porque sabía que no serviría de nada. Tenía frío y quería una manta, tenía ganas de ir al baño y tuve que hacerme mis necesidades encima. Cuando vino algún celador le expliqué que me había cagado literalmente encima y no hizo nada al respecto. Al cabo de las horas vinieron 6 personas a limpiarme el culo y volverme a atar. Yo seguía con un sueño horrible y con la imposibilidad de dormirme. Además, por la propia psicosis, tenía miedo a quedarme dormida porque pensaba que si me dormía me moría, por lo que fue un infierno en muchos aspectos. Pienso que hubiera sido más sencillo y menos traumático si alguien me hubiera desatado y hubiera tratado de hablar conmigo tranquilamente. Yo no era peligrosa ni para mí misma ni para nadie. Sólo estaba asustada por mi psicosis y enfurecida porque me ataban.