Tumbada en la camilla trataba de colaborar mientras me ponían la bata y el paquete. Quería portarme bien, no me gustaba como se desarrollaban las cosas.
Empezaron a ponerme las sujeciones, yo no me lo podía creer… era como ¿a mí? ¿Por qué?  No es posible, no es cierto…
Cuando estuve preparada, se fueron. La camilla estaba sola en el cuarto, ese cuarto no tenía nada, yo estaba sola en el cuarto.
Me habían dejado la sábana a la altura del vientre, con lo que se me veían las sujeciones de las muñecas, me dio vergüenza, igual entraba a verme mi familia y lo veían. Despacito con el pequeño movimiento de la muñeca intentaba subir la sábana para tapar las sujeciones.
Después de eso, pensé, si me quedo quieta, muy muy quieta, sin moverme, no notaré que estoy atada, así que no sufriré, ni me pondré nerviosa.
Así me quedé, quieta, quieta. Miraba todo el tiempo a la puerta, esto iba a acabar, vendrían a por mí.
La enfermera rubia vino un par de veces, se asomaba y se iba.
Luego nada.
Pensé, si no entra nadie a por mí, me voy a morir.
Y me morí.
A la mañana siguiente cuando aparecieron, se lo dije; me he muerto.
Los muertos no hablan; me contestó la rubia.